viernes, 22 de junio de 2012

El proceso de duelo es un transito necesario para que todo nuestro ser se adapte a una nueva vida, a una nuevo panorama social, que exige nuevas actitudes y construir una nueva existencia, sin posibilidad de negociar mantener la vida tal cual estaba antes de vivir la pérdida, perdida personal por fallecimiento o ruptura de relaciones, o perdida material como el puesto de trabajo, casa u otro.
Digo que es un transito para que todo nuestro ser se adapte porque no solo la parte cognitiva ha de tomar conciencia de la pérdida, el aspecto emocional, que contribuye a la intensidad del dolor, debido a su apego, o fuerza atractiva entre la persona que ya no estará en nuestra vida, y nosotros, ha de asimilar el vacío que implica no compartir emociones, reconocimientos, y sobre todo el contexto social que configura nuestra vida, afrontando ideas de imposibilidad de superar, cuando en realidad nada hay que superar, solo aceptar e integrar en nuestra vida, desarrollando las cualidades que nos exige cada momento. Para ello hay que permitir que la tristeza nos inunde, pues es lo natural y saludable, mas diferenciarlo con el sufrimiento el cual consiste en atarse fuertemente a él, negando el futuro, negando la pérdida. La tristeza es el adiós del alma, del espíritu o del corazón, según lo denominemos, reconociendo la perdida, y viviendo el dolor para trasladarnos progresivamente al nuevo futuro.
Transito necesario porque el cuerpo, la piel también ha de asumir que no recibirá más la voz de las personas fallecida o que se marcharon, la piel ha de asumir la ausencia de las caricias y abrazos, así como de los besos que recibía, impulso inconsciente que se reclama durante un periodo de tiempo necesario para cada persona. 
Es en definitiva el paso de la noche estrellada al amanecer.

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